El Amor es un Demonio Viejo al Final de la Calle
- Adri Fitanovich
- Jan 31, 2017
- 3 min read
El amor es un demonio viejo al final de la calle. Visto de lejos el demonio parece amable, tiene buenas formas, es educado, receptivo. Así que te acercas y le das la mano, te pones a hablar con él. El demonio al principio dice cosas bastante obvias, tan obvias que lo miras raro. Pero es amable, sonríe, realmente no parece un demonio, así que le dejas hablar. El demonio sigue y cada vez te acercas más a él. No lo hace a la fuerza, sencillamente va atrayéndote. Probablemente no haga nada en absoluto en realidad. Más bien, tú quieres acercarte. Las cosas que dicen no tienen todo el sentido, no es el discurso más elocuente que hayas oído, pero tú cada vez estás más cerca. En algún momento piensas que, al fin y al cabo, puede que el demonio tenga razón. Él es viejo, es amable. No parece estar mintiendo, de hecho te dices que no está mintiendo en absoluto. Cuando piensas eso tienes la sensación de que de alguna manera el demonio es un poco más joven de lo que creías. Quizás por el vigor, o la cercanía. No importa. Tú estás escuchando, nada más.
Mientras el demonio te habla has empezado a observarle. Realmente no parece tan viejo y su discurso no es tan superficial. El demonio, para ser sincero, está diciendo unas cosas muy hermosas. Además tiene el rostro impecablemente perfilado. De lejos has pensado que era viejo y decía tonterías pero ahora estás muy cerca de él y lo ves con claridad. A veces el demonio hace cabriolas mientras te envuelve con la mirada. Eso te divierte. Te hace sentir bien. Sus ojos, por otra parte, son increíbles. Están llenos de matices, de brillos, no aciertas a decir de qué color son exactamente o más bien piensas que es como si estuvieras presenciando todos los colores, que de manera simultánea se alternan para ti. Esos ojos son un auténtico fulgor. Te sientes bien. Para qué engañarnos, te sientes muy bien. Piensas en ti mismo, pero ahora tus recuerdos merecen la pena. Ya no te parecen una masa informe y gris. Realmente te parece que están bastante bien.
Estás a dos palmos del demonio. Definitivamente, es joven y atractivo, desprende una extraña vitalidad. No sabes muy bien cómo has llegado hasta ahí, todo ha ido sucediendo tan rápido. Te cuesta controlarte, sus palabras son tiernas, son suaves, te cuesta pensar. Te cuesta cualquier cosa que no sea el demonio y sus palabras y su cuerpo, que huele a jazmín.
Ahora estás tan sólo a unos centímetros de su rostro. Antes te ha parecido que olía mal, que su boca emanaba un olor pesado. No es así en absoluto. Te gustaría morir con ese olor bajo la nariz. Piensas, de hecho, en la muerte, pero te parece algo lejano, un paisaje que ves desde una cima, una enorme llanura abierta como una sonrisa. No piensas que la muerte se esconda en cada hueco, tras cada pared, en los actos cotidianos, en las decisiones razonadas. No sabes cuánto tiempo ha pasado exactamente pero te da igual. Tú sencillamente ibas por la calle y has visto algo. Crees que ha sido poco, sin duda, pero te da igual. Habrán sido un par de minutos, te dices. Miras los increíbles ojos del demonio, algo te toca el pecho, estás tan relajado, tan tranquilo, que te entregas a ello. Al hacerlo, de repente, sientes un dolor frio y sordo ahí. Bajas la mirada y descubres las manos del demonio, sus dedos abriéndose paso a través de la piel y de la carne. No entiendes. Miras al demonio, realmente no quieres apartarte, él te dedica una sonrisa tenue, protectora, pero sigue metiendo la mano ahí. Tú te dejas porque la sonrisa ha sido tranquilizadora y muy cordial. Entonces el demonio desvía la mirada, la clava en tu pecho, y mientras se afana en su tarea ves tu propio reflejo en la comisura de sus ojos.
La imagen es clara.
Ahí estás tú.
Sólo eres un niño, y comprendes qué es el amor.
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